1 julio, 2014
La Selección de Suiza, ese arcoiris étnico
Jugadores de diez nacionalidades diferentes, nacidos fuera del país o hijos de emigrantes, integran el equipo helvético al que se enfrentará mañana Argentina. Con juventud y frescura, le están cambiando la cara al pobre fútbol del país de la neutralidad y el secreto bancario.
Jugadores de diez nacionalidades diferentes, nacidos fuera del país o hijos de inmigrantes, integran el equipo helvético al que se enfrentará Argentina. Con juventud y frescura, le están cambiando la cara al pobre fútbol del país de la neutralidad y el secreto bancario.
Anote, hincha argentino. Préstele atención a estos nombres. Haris Seferovic, Mario Gavranovic, Josip Drmic. ¿Pero cómo? Si ya jugamos con Bosnia, y encima se quedó afuera. Gökhan Inler. ¿Seguro? Turquía ni siquiera clasificó. Ricardo Rodríguez, Gelson Fernandes. ¿Qué son? ¿Brasileros, costarricenses, colombianos? Todavía no nos toca, más adelante en todo caso. Granit Xhaka, Valon Behrami, Blerim Dzemailli, Xherdan Shaqiri, Admir Mehmedi. ¿Y éstos? Ni siquiera se puede saber bien de qué país son.
No se confunda, siempre atento fanático de la Selección. Estos nombres de distintos orígenes, todos juntos y con algunos refuerzos más “clásicos” –un Lichsteiner por acá, un von Bergen por allá-, forman el seleccionado de Suiza, rival de Argentina en los octavos de final del Mundial. Son bosnios, croatas, macedonios, albano-kosovares, turcos, chilenos, caboverdianos, marfileños. Pero son suizos.
En la Confederación Helvética, nombre oficial del país de los relojes, los chocolates, la neutralidad y el secreto bancario, viven alrededor de 7 millones y medio de personas. El 22% de ellos, es decir 1,6 millones, son inmigrantes. Y otro tanto, son hijos de esos extranjeros. Provienen principalmente de los Balcanes y de Turquía. Desde la década del ’80 hasta estos días, los países germano-parlantes fueron los destinos preferidos de emigrantes provenientes del Este y el Sur, que escapaban de la guerra, la persecución étnica –ya sean kosovares en Serbia, o kurdos en Turquía- y política.
El fútbol suizo, que tras ser animador de los primeros Mundiales no participaba desde Inglaterra 1966, se benefició rápido de las nuevas culturas que llegaron al país. La selección se clasificó a Estados Unidos 1994, de la mano del gran goleador Kubilay Türkyilmaz. Volvió en 2006 y 2010, liderado por el talentoso enganche Hakan Yakin. Y ahora, de la mano de esta generación, hija sobretodo de la disolución de la antigua Yugoslavia, se anima a soñar con más.
La gran mayoría de los nombres que mencionábamos al inicio del artículo integraron el plantel que consiguió el mayor éxito internacional de un combinado suizo: el campeonato del mundo sub-17 de 2009, en Nigeria. Haris Seferovic fue uno de los goleadores del torneo, autor del tanto del título, en la final frente a los anfitiriones. Granit Xhaka y Ricardo Rodríguez también se destacaron.
Claro que estos nombres traen, además, un nuevo estilo. A pesar de tener sentado en el banco a un alemán de la vieja escuela, Ottmar Hitzfeld, el fútbol que practica Suiza se parece mucho más al de la selección germana de estos tiempos –igualmente compleja en términos étnicos, por cierto-. Desde el dibujo 4-3-3, a la circulación rápida de pelota para lastimar con los extremos. Todo muy similar al equipo de Joachim Löw, quien nació a pocos kilómetros de la frontera, jugó buena parte de su carrera en el país helvético y comenzó allí su trabajo de entrenador.
Claro que esta transformación no puede ser gratis. En una situación que recuerda a las quejas del fascista Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen, respecto a la participación determinante de hijos de africanos en la selección francesa campeona del Mundial de 1998, el no menos derechista Partido Popular Suizo (Sweizerische Volkspartei, SVP) se opone a este equipo, que legitima a los inmigrantes que “ensucian la cultura suiza”. La clásica excusa de “vienen a robarnos el trabajo” aquí no corre, ya que hablamos de un país al borde del pleno empleo. Y vale aclarar que no hablamos de un grupo marginal, sino de la primera fuerza política del país.
Un promedio de edad de menos de 25 años, unos diez orígenes diferentes, cuatro o cinco religiones, una decena de idiomas. Todos ellos son Suiza. Juegan muy bien al fútbol. Y los apoya un país que, a la hora de votar, les da la espalda.
Nicolás Zyssholtz – @likasisol
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