16 junio, 2014
Nouvelle Vague Nac&Pop (I)
¿Cuál es el estilo del cine de la década kirchnerista? ¿Se puede hablar de una nouvelle vague Nac&Pop? Un análisis y repaso por los estilos e influencias de los directores de cine surgidos al calor de los procesos sociales y políticos del post 2001.
¿Cuál es el estilo del cine de la década kirchnerista? ¿Se puede hablar de una nouvelle vague Nac&Pop? Un análisis y repaso por los estilos e influencias de los directores de cine surgidos al calor de los procesos sociales y políticos del post 2001.
La ficción perdida
A fines de 2013 José Natanson postuló una desafiante hipótesis en el suplemento Radar del diario Página/12. En su artículo “Ficciones de lo real” desarrollaba una idea acerca de la incapacidad de escritores, directores y artistas de generar una ficción que captara el sentido de época de la llamada “década ganada”. Que retratara su esencia coyuntural. Su zeitgeist.
De 2003 a 2013 se produjeron interesantes ficciones que produjeron rupturas a la hora de hacer cine en la Argentina. Surgieron nuevos directores, salidos todos de las muy numerosas escuelas de cine del país, concentradas mayormente en Buenos Aires. Damián Szifrón, Gabriel Medina, Ariel Winograd, Pablo Trapero, Sebastián De Caro son tan solo algunos nombres de directores que se animaron al violento oficio de hacer cine en la Argentina. La pregunta, entonces, se mantiene: ¿Se puede hablar de una nouvelle vague Nac&Pop?
“Es verdad, aun falta la gran ficción de la década ganada. Natanson tiene razón pero ocurre que primero se impone el registro documental antes que la ficción. Documentales en estos diez años hubo muchos, pero en especial, aquellos que referían a décadas anteriores (la resistencia peronista, la lucha armada, la dictadura, el retorno de la democracia) más los dos trabajos que ya se hicieron sobre la figura de Néstor Kirchner”.
Quien arriesga la primera respuesta a este interrogante es Gustavo Castagna, director, crítico de cine de Tiempo Argentino y docente en el Centro de Investigación Cinematográfica. Hay una realidad resaltable que es que el cineasta argentino es hijo del documental, quizá el gran género nativo. Obras como La hora de los hornos (Solanas y Getino, 1968), Memorias del Saqueo (Solanas, 2003) o La república perdida (Miguel Pérez, 1986), marcaron a fuego de manera sincrónica tonalidades de época. Supieron captar la coyuntura y volcarla en el film de tal forma que retrataron síntomas y humores de momentos históricos específicos.
Sin embargo en la ficción de nuestros días hay autores que se resisten a tomar elementos comunes (tal vez viciados) de la industria a la hora de contar historias. Perciben diversos elementos de la coyuntura y deciden cincelar trazos en sus películas con un estilo arrebatado a la industria cultural norteamericana y adaptado a la realidad argentina.
Mi primer ghetto
Corría el año 2006. Ya habían pasado tres años de la asunción de Néstor Kirchner al mando del ejecutivo y la primavera K brillaba con fulgor. Todavía quedaba un año de mandato y las corporaciones mediáticas aún reflejaban numerosos logros en las tapas que adornaban los desayunos de todos los argentinos. Dos años antes el país tocó un techo de espectadores en las salas de cine nacionales: 42 millones de espectadores en un año (Octavio Getino, 2011).
Es en este clima que se estrena la película de un joven director que logra captar un espíritu de época, aún siendo de la década recientemente abandonada, de una manera alejada del sufrido costumbrismo al que nos tenía acostumbrados la ficción local. El rostro de un niño pelirrojo adornaba algunas calles de la ciudad. Encima de él una inscripción: “Cara de Queso, mi primer ghetto”.
Ariel Winograd se presentaba al público argentino después de haber sido el responsable de algunos cortos e incluso llegar a trabajar codo a codo con Spike Lee. Lo que sorprendió fue su dinámica forma de contar historias, alejada de la solemnidad casi tanguera y más cercana al pop más sincero de las producciones norteamericanas. El director nos cuenta que “el público al humor responde muy bien y le gusta mucho ir al cine a ver películas de humor. La comedia es una manera muy linda de transmitir tragedias. Appatow es muy popular en Estados Unidos, un mercado enorme. No es una película pochoclera, es comedia pero que también la ve todo el mundo”.
Cara de Queso cuenta la historia de cuatro chicos preadolescentes que deben convivir durante el verano en el microclima del country “El Ciervo”, conformado por familias de la colectividad judía en plena década menemista. Lo que es llamativo del relato y que retrotrae al dilema de la ficción como retrato de la realidad argentina es su forma de encarar la caracterización de una época.
Winograd no llena la pantalla de piquetes en Cutral-Có, jubilados tirándole huevos al PAMI o docentes armando la carpa blanca en Plaza de Mayo. Sus personajes, atrapados en la intimidad de un barrio cerrado dicen mucho más de la decadencia noventista de lo que podrían mostrar todos los otros elementos. Recuerda, acaso, a la nouvelle vague francesa retratando el fervor revolucionario sesentista “desde la cama”.
La década del Fango
– Qué corriente del cine nacional sentís que más te formó?
– El cine clásico de los 40 y 50’s.
Quien responde es Sebastián De Caro, actor de la televisión de los primeros noventa, director de cine, especialista en cultura popular y conductor de radio. El cine clásico al que se refiere se compone de obras como Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril, 1952), La Guerra Gaucha (Lucas Malambo, 1942) o Pelota de trapo (Leopoldo Torres Ríos, 1948).
Un cine crudo en su argumento que peleaba con el auge del cine popular norteamericano caracterizando una realidad argentina cercana a un nuevo sujeto social que asomaba la cabeza: los temidos “cabecitas negras”. Sin embargo, a la hora de señalar sus influencias generales a la hora de hacer cine De Caro no duda: “Cuando vivía en la casa de mi madre, tenía las fotos de 7 directores arriba de mi cama: Martin Scorsese, Woody Allen, John Casavetes, los hermanos Cohen, Orson Welles, Stanley Kubrick y Akira Kurosawa”. Tal vez esto ayude a demarcar por dónde va el estilo de su cine: realidades cercanas, incluso porteñas como la que pudimos ver en su ópera prima 20.000 besos, relatado a través de una narrativa norteamericana.
“Me interesa mucho el salvajismo estético y temático del cine de José Celestino Campusano. Ya tiene cinco películas: Vil romance, Legión, Vikingo, Fango y Fantasmas en la ruta. Fango (2012) está en cartel y Fantasmas en la ruta (dura cuatro horas) se dio en los últimos eventos de Mar del Plata y Bafici”, apunta Castagna.
“No es cine ortodoxo, académico, prolijo, solucionado en la sala de edición. Es un cine visceral, sincero, único en su especie, torpemente concebido, pero sincero y honesto, brutal en sí mismo. La productora de Campusano, justamente, se llama Cine Bruto”. Este estilo contrasta con el modo de retratar una época que quizá tengan Winograd, De Caro o Gabriel Medina (Los Paranoicos), más allá de que estos no utilicen un cine académico o de edición. Autores como Campusano se alejan del tono íntimo, endógeno con el que trabajan sus colegas. Sus colores viscerales tocan más las aristas de la añoranza de salir del barro en Pelota de Trapo que de la paranoia romántica en El Fondo del Mar (Damián Szifrón, 2003).
Entonces, encontrando estilos tan disímiles en la sangre que se plasma en los fílmicos gauchos, ¿Puede elaborarse un ADN ficcional que describa el espíritu erigido en este ciclo socio-cultural abierto pos 2001?
Iván Soler – @vansoler
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