Deportes

9 junio, 2014

Maravilla: ascenso y ocaso del ídolo clasemediero

Sergio Martínez logró recuperar la popularidad del boxeo a partir de su gran nivel, pero también de un acercamiento marketinero a los sectores medios. Con su duro final, ¿se termina la primavera del deporte de los puños?

Sergio Martínez logró recuperar la popularidad del boxeo a partir de su gran nivel, pero también de un acercamiento marketinero a los sectores medios. Con su duro final, ¿se termina la primavera del deporte de los puños?

Sergio “Maravilla” Martínez fue un gran boxeador. Sin lugar a dudas. Pero su carrera no fue brillante, aunque sí muy buena. Llegó a la cúspide muy veterano y aún más a la popularidad, tanto en Estados Unidos –primero- como en Argentina. Su ascenso meteórico explica su durísimo final, que de cualquier manera se palpitaba desde hace 14 meses, cuando dejó una triste imagen ante 40 mil personas en el José Amalfitani, frente al ignoto inglés Martin Murray.

La caída fue desde la mismísima cima de la montaña, que en el boxeo es un mítico estadio de Nueva York, el Madison Square Garden, y ante el rival más duro de su carrera, Miguel Ángel Cotto, campeón, ahora, en cuatro categorías diferentes. La imagen del primer round rozó el patetismo. Tres caídas en el mismo asalto y unos movimientos que recordaban los que tuvo en los tres minutos finales frente a Julio César Chávez Jr., después de ir a la lona.

¿Fue demasiado lejos Maravilla? Es posible. En el sentido de que, al borde de los 40 años, su físico ya no estaba en condiciones de competir al máximo nivel. Lo había avisado Chávez y lo había confirmado Murray. También, debe decirse a su favor que no podía desperdiciar la oportunidad.

Con este final -es cierto que aún no confirmó su retiro, pero al menos es un hecho que no va a volver a boxear en el primer nivel mundial- cayó también una especie de símbolo que revitalizó la histórica pasión argentina al acercarlo a un sujeto que en general le fue reticente: la clase media.

Ese personaje simpaticón, un poco engreído, bien hablado, carismático al punto de hacer un show de stand-up en televisión, que se expresaba en un dialecto mezcla de porteño, madrileño y chicano, fue ideal para que el estudiante universitario o la empleada de oficina pudieran ver con mejores ojos a esos tipos que “se matan a piñas”.

El boxeo, deporte popular en el sentido estricto, de clase, logró otro nivel de repercusión en los medios, especialmente en la televisión, a través de Maravilla. No importa este caso su origen común con la mayoría de los demás pugilistas, en un barrio humilde. Hizo la diferencia a través de ese charme natural, combinado con las mejores herramientas del marketing deportivo estadounidense.

Lo que hizo Martínez en Argentina no es nada raro en la Meca del boxeo, simplemente que fue el primero que lo realizó para nuestro público. Incluso su sucesor como máximo exponente del pugilismo nacional, Marcos “Chino” Maidana, pudo aprovecharse de la situación a pesar de no tener las mismas condiciones de personalidad.

En resumen, fue ese nuevo enfoque, marketinero, clasemediero, televisivo, el que le dio un nuevo impulso definitivo al deporte de los puños. El que logró alejarlo de esa imagen grotesca de Fabio “La Mole” Moli bailando en Showmatch y contando livianamente como golpeaba a su esposa.

Volviendo a la noche del sábado en el Madison, la imagen final de Maravilla no se pareció demasiado a esa casi glamorosa que supo transmitir previammente. Desde lo estético, incluso: vestido con un pantalón larguísimo, para taparle las rodilleras -y así no mostrar signo de debilidad-, que encima se le caía. Desde la postura, sobre todo. Nunca pudo “bailar” en el ring, como nos tenía acostumbrados, no tuvo margen para bajar los brazos y hacer señas, ni hablar de amagar con el zurdazo para pegar con el jab de derecha.

La pregunta que empieza a rondar es, entonces, ¿el final de Martínez es el final del romance del gran público con el boxeo? Y la primera respuesta, rápida, es no. No, por Maidana. No, porque en la misma velada que Maravilla perdió, otro argentino, Javier Maciel, ganó. Generó un movimiento que se va a extender en el tiempo. Debió, para eso, acercarse a las clases medias, despojar, al menos en su imagen, al deporte de su carácter profundamente popular, para darle el espacio que se merece. Y no se puede hacer menos que agradecerle.

Nicolás Zyssholtz – @likasisol

 

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