Cultura

26 mayo, 2014

El fin de las luciérnagas

El segundo disco de la banda quilmeña El pintor de la luna fue subido a internet el pasado miércoles 21 de mayo. Síntomas de la globalización y del fin de las discográficas.

El segundo disco de la banda quilmeña El pintor  de la luna fue subido a internet el pasado miércoles 21 de mayo. Síntomas de la globalización y del fin de las discográficas.

Desde el vamos, El pintor a la luna lleva el nombre de un cuadro de Marc Chagall, un pintor francés de origen bielorruso. Y su segundo disco, El fin de las luciérnagas, lleva como título un símil nominal con una película de animación japonesa de 198 (el cine es, de por sí, pura invensión visual, más si es de animación japonesa).

Isao Takahata, director de La tumba de las luciérnagas, es un director anti-belicista. O sea, retrata a la guerra desde una perspectiva, si se quiere, pacifista. Para que tengamos en cuenta: Takahata fue el director de la serie Heidi y Marco (de los Apeninos a los Andes),  basada en un texto del escritor italiano Edmondo de Amicis, el primer libro que leí en mi vida.

Marco, en su viaje de Italia hacia la Argentina, recorre nuestro país buscando a su madre que vino en busca de un mejor pasar económico para su familia. Eran tiempos de inmigración. Casualidades o no, El pintor a la luna nos muestra una Argentina -y también, por qué no, un Paraguay- desde su naturaleza, desde sus paisajes, retratados en su primer disco, homónimo.

En El fin de las luciérnagas, la banda se centra en lo pictórico. Si antes viajaban espacialmente, ahora lo hacen desde la temporalidad y el clima. Este es un disco de madrugada. Y la madrugada abarca aproximadamente siete horas en otoño. Entiéndase bien, a las seis, la madrugada abre sus alas, antes de que salga el sol. Horas propicias para los fantasmas: “Diez millones de fantasmas que no dejan lavar tus ojos tristes”.

La voz de Rodas se va convirtiendo con los años en la de un intérprete personal. Pero sigue el estigma de la similitud con la del timbre de Lisandro Aristimuño. Mientras que las canciones del disco y la tendencia de las nuevas bandas que se desprenden de los géneros -y, en especial, de la cultura rock- tienden hacia un estilo heteróclito; mientras que nuestra generación retorna a cierto espíritu sesentista desde lo musical -Almendra, Los Gatos, Manal-, donde los márgenes estéticos eran constantemente corrompidos; mientras que la búsqueda es el espíritu principal de las bandas sub- treinta, el desafío de nuestra generáción, heredera y consumidora exesiva del eclecticismo latinoamericano contemporáneo -Jorge Drexler, Kevin Johansen, Ana Prada, Paulinho Moska, etcétera- y gran historiador de los sesenta y setenta, es sacarse de encima los peligros de la opinología reinante, que se duerme en la superficie de los timbres de voz (y sí, Rodas canta muy parecido a Aristimuño, Jeaninne Martin, una de las invitadas del disco, a Zuna Rocha o a Mariana Baraj) y pierden de vista todos los colores propios de intérpretes cada vez más afianzados en lo suyo que los de cantantes técnicamente correctos y no mucho más.

Y este desafío también nada por los piélagos de la música. Ahora el resto de la banda se anima a cantar en más de una canción, en el caso de Nahuel Rivero, o estrofas completas, en el caso de Salvador Alcuri. Aunque todavía no es contundente, desde ese plano, el grupo del sur. Si musicalmente crecieron exponencialmente, con arreglos cada vez más complejos y elegantes, con canciones siempre fieles a la buena calidad, desde las voces sigue existiendo una vacilación que esta vez se hace más evidente por el crecinte protagonismo del resto de la banda en la composición vocal.

El fin no necesariamente es el epílogo o la muerte. El fin puede ser una apertura, el comienzo a través del cambio. El fin también puede ser, por ejemlo, el título de la primera canción de un disco. Un disco en donde las costuras no se notan y en el que el eclecticismo es su caballo de batalla. El pintor a la luna es una banda que reproduce de manera efectiva los tiempos que corren. Y aunque sigan teniendo desafíos complejos que encarar, los pintores ya son luciérnagas; y es que “cada luciérnaga es capaz de sumergirse en su piel para brillar”.

 

Federico Arriola – @fmarriola

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