22 mayo, 2014
La violencia obstétrica, de las cesáreas a la economía
En esta segunda parte de los artículos en el marco de la Semana del Parto Respetado, un repaso por todas las formas de violencia obstétrica y los factores económicos por detrás de las cesáreas innecesarias.

En esta segunda parte de los artículos en el marco de la Semana del Parto Respetado, un repaso por todas las formas de violencia obstétrica y los factores económicos por detrás de las cesáreas innecesarias.
El Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación creó en el año 2011 la Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de Violencia de Género (CONSAVIG). Julieta Arosteguy es co-coordinadora de una comisión dentro de este organismo dedicada específicamente a la violencia obstétrica y además miembro del Observatorio de Bioética de Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Es investigadora en el proyecto “Hacia la identificación de prácticas de violencia obstétrica en el marco de la Ley Nacional 26.485” de la Comisión Nacional Salud Investiga del Ministerio de Salud de la Nación. Para ella la violencia obstétrica es el resultado de una sociedad que, de manera sistemática, desvaloriza y violenta a las mujeres y por lo tanto revertirla implica una transformación social y cultural. “Las mujeres no conocemos nuestros derechos y no tenemos mucha información acerca de lo que es un parto natural y de la importancia de tener partos sin intervenciones médicas innecesarias”, explica Arosteguy.
Es una forma de violencia que se da en el plano de lo simbólico e ideológico y que conduce a que las personas acepten como naturales ciertas concepciones que subordinan y violentan a las mujeres. “Si pensamos en las imágenes que tenemos de parto pensamos en un parto altamente tecnificado: rodeado de personal médico con barbijos y boinas, con la mujer acostada asistida por un equipo enorme, en un entorno que parece un quirófano”, asegura Arosteguy. Esta visión es compartida por algunos profesionales de la salud, como Raquel Schallman, licenciada en obstetricia de la Universidad de Buenos Aires desde 1966. Asistió más de 2.000 partos y afirma que en el 98% de todos los nacimientos hay situaciones de violencia porque está naturalizado el maltrato y parece normal. “Los cursos pre parto preparan a las mujeres para portarse bien, para no molestar, no exigir y asumir que todo el saber y el poder lo tiene el médico”, agrega Schallman.
La Organización Mundial de la Salud recomienda una tasa de cesáreas que no supere el 15% por país. Sin embargo en la Argentina este número ronda el 35% de los partos y el organismo estima que en el sector privado es mayor. Según Arosteguy y Schallman estas cifras respaldan el concepto de medicalización innecesaria en la obstetricia, pero no es la única forma de violencia y el problema radica en aquellas que no se puede medir. Ambas profesionales remarcan que no se debe reducir la cuestión a las cesáreas sin razón médica por su exposición, porque hay muchas prácticas que también son violencia obstétrica y tienen menor prensa:
• Separar a la pareja bajo las indicaciones de que el hombre haga el “papeleo”, lo que deriva en la mujer sola a la hora de prepararse para el parto.
• No respetar el tiempo biológico con goteos excesivos residuales (como la oxitocina sintética) desde el inicio del trabajo de parto, tactos realizados por diferentes profesionales, rotura artificial de la bolsa.
• Humillaciones que van desde desnudarlas, afeitarlas y utilizar apelativos denigrantes como “mami”, “nena”, “gordita” para dirigirse a ellas, así como exigirles que se callen y se “porten bien”.
• La postura para parir impuesta para comodidad de los médicos (acostada con las piernas levantadas) que va en contra de la verticalidad natural del canal de parto.
• La anestesia peridural con los riesgos que conlleva al aplicarse en la zona medular y sus efectos posteriores.
• La episiotomía (corte vaginal) para facilitar y acelerar la salida del bebé.
• La utilización de maniobras y utensilios prohibidos por la Organización Mundial de la Salud como los fórceps, la maniobra de Hamilton (que consiste en despegar del útero el polo inferior de la bolsa amniótica) y la maniobra de Kristeller (los profesionales ejercen presión sobre la panza para que el bebé se acerque al canal de parto, a veces lo hacen subiéndose sobre la embarazada)
• Y en última instancia, una vez violentados todos los pasos del parto vaginal, la cesárea.
En el sistema de salud no hay que perder de vista el factor económico y su incidencia en las prácticas profesionales. Las cesáreas se han vuelto el eje central de la discusión. Se estima que el costo actual de este tipo de intervenciones ronda entre los $4.000 y los $5.000. Para Julieta Arosteguy el beneficio médico de estas operaciones se basa en la relación entre pago y tiempo invertido: el procedimiento es más corto, se puede programar, hay mayor control y por ende se pueden realizar más trabajos en una misma jornada. “Y a veces, simplemente, las cesáreas innecesarias se deben a creencias equivocadas por parte de los profesionales, o falta de capacitación en el manejo de partos que escapan a sus parámetros de seguridad”, expone la coordinadora de la CONSAVIG.
Como partera, Raquel Schallman, aporta una visión desde adentro y desglosa la cesárea en un proceso “donde muchos ganan, excepto la madre y su bebé” y con más intervenciones de las necesarias. En primer lugar comprender las instituciones sanitarias como empresas, donde los médicos no siempre pueden escapar del sistema. “Un parto vaginal puede llevar muchísimas horas pero con la programación quirúrgica se gana en tiempo – explica Schallman – Mientras que en un parto natural sólo se necesita un obstetra y una partera, en una cesárea participan además un ayudante de cirugía, un anestesista, un instrumentador y un neonatólogo”. A esto se suma el costo de la internación que se extiende para la recuperación del paciente, así como la cantidad de insumos y medicamentos utilizados durante el proceso.
Martina Bondone – @MarBondo
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