Cultura

20 mayo, 2014

El cocktail del cine

Arrancó el Festival Internacional de Cannes, con mucha presencia de producciones argentinas. Es el festival más importante del mundo, y sin embargo, el público no puede entrar a las salas. Qué implica este festival que más que ser un foco del cine, es su principal enemigo.

Arrancó el Festival Internacional de Cannes, con mucha presencia de producciones argentinas. Es el festival más importante del mundo y, sin embargo, el público no puede entrar a las salas. Qué implica este festival que más que ser un foco del cine es su principal enemigo.

El de Cannes es un festival de cine particular: es un festival que niega la participación al público. Las salas están llenas pero de críticos y programadores, que se suman a esta vorágine que ocurre en Cannes durante once días.

Este único público es, a su vez, discriminado en distintos rangos. Para entrar a las salas hay diferentes filas dependiendo del tipo de acreditación que tenga el crítico o programador. Por eso es posible que un muy buen medio online que cubra el evento, o un programador de festival más pequeño, se pierda películas porque dejan pasar antes a los que tienen invitación o acreditación “acceso-total”.

¿Por qué seguir entonces hablando de Cannes? Sucede que alrededor de este festival gira gran parte del cine en sentido amplio: como industria y como expresión artística. Sobre lo primero bien saben todos los participantes argentinos que han garantizado un pequeño éxito con sólo formar parte de la programación del festival. Es el caso de Relatos salvajes, de Damián Szifrón, probablemente la película más esperada del 2014 en nuestro país. El consenso de la crítica fue muy positivo, la ovación fue de pie y la película ya fue vendida a otros países. De todos modos hubo voces disidentes a las que es necesario prestarles atención, como el crítico argentino Roger Koza que se quejó en su blog de este pesimismo tonto (el adjetivo es mío) con respecto a la sociedad que hay alrededor de lo que en Cannes es considerado bueno.

Cannes además de ser un festival-mercado que funciona muy bien, es un parámetro clave para el cine en tanto expresión artística. Para cualquier director llegar a Cannes (así, con ese verbo) es un hito en su carrera. Sin embargo, Cannes es probablemente el festival de cine más conservador de todos. Lejos de estar a la búsqueda de lo nuevo, su competencia oficial está llena de directores consagrados. Basta ver las últimas películas que ganaron la competencia: Thetree of life en 2011, Amour en 2012, La vie de Adele en 2013. Todas películas hechas por directores con mucha trayectoria, que obviamente están bien, pero que basan su lenguaje en la corrección y la fascinación por la imagen. En días en que el cine pierde territorios, los que escriben la historia oficial del cine apelan a la espectacularización total de la imagen.

Los críticos se apuran, fascinados, a publicar en sus medios lo que está pasando. El que publica más y mira más, gana. No sé qué ganan, pero parecen competir por ver quién escribe el comentario mas obvio. Cabe decir que en este espacio existe toda una crítica que no se suma a ese juego absurdo sino que incluso llegaron a circular un documento firmado por críticos de todo el mundo haciendo un llamado por un activismo de la crítica. Ese espacio es muy importante porque a pesar de ser un festival-mercado, Cannes es un formador de sentidos comunes que hay que destruir.

Toda esta basura es Cannes, que, como dije al principio, es un festival que niega al público. Cannes más que la fiesta del cine que debería ser en tanto su categoría de festival, funciona como un cocktail del cine. Sandwiches de miga y vino para pocos. Cannes es la destrucción del cine, es lo siniestro. Es la espinaca del canapé que le quedó al crítico cheto entre los dientes.

Matías Marra – @wturbio

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