Europa

11 mayo, 2014

Europa elige, pero no tanto

Los ciudadanos de la Unión Europea votarán a fin de mes a los nuevos miembros del Parlamento Europeo. La poca confianza en el bloque, ante tantos inconvenientes sin resolver, parece conducir a un resultado marcado por la abstención.

Los ciudadanos de la Unión Europea votarán a fin de mes a los nuevos miembros del Parlamento Europeo. La poca confianza en el bloque, ante tantos inconvenientes sin resolver, parece conducir a un resultado marcado por la abstención.

Del 22 al 25 de mayo, más de 500 millones de ciudadanos de los países de la UE estarán habilitados para votar en las elecciones al Parlamento Europeo (PE). Serán escogidos 751 diputados que estarán en funciones por los próximos cinco años. Estos no se agrupan en base a su país de procedencia, sino en grupos políticos de acuerdo a su pertenencia ideológica. El PE actual está dominado por el grupo de los Partidos Populares europeos, seguido por los Socialdemócratas.

El interés que debería despertar esta elección radica en que es la primera que se llevará a cabo tras la firma del Tratado de Lisboa (diciembre de 2009) que estableció mayores responsabilidades para el PE. Entre más capacidades legislativas, se destaca que por primera vez los jefes de Estado de los países miembros se verán obligados a tener en cuenta el resultado electoral para la definición del nuevo jefe de la Comisión Europea (el poder ejecutivo de la UE), que reemplazará a José Manuel Durão Barroso. De los 13 partidos políticos europeos, 5 ya han nombrado a un candidato a presidente de la Comisión (los partidos de izquierda elevaron la postulación del ascendente líder de la organización griega Syriza, Alexis Tsipras).

Sin embargo, por el momento, estas elecciones no logran atraer la atención popular. De hecho, parece que se encaminan a destacarse por una elevada, sino histórica, abstención. Haciendo un breve repaso del contexto en que se realizarán las elecciones, se ve que la UE no ha mostrado en los últimos tiempos más que incompetencia como organismo capaz de brindar soluciones. O en realidad las ha dado, pero no en el marco de los valores de integración y unidad declamados.

La UE está hegemonizada por un proyecto político-económico, encabezado por la Alemania de Merkel, que amparándose en la competitividad y en la estabilidad financiera, entre otras cuestiones, justifica la aplicación de medidas de austeridad (léase recortes en salud, educación, seguridad social, los bajos salarios, etc.), en un contexto marcado por un elevado desempleo, en especial de los jóvenes. Es una Europa heterogénea, donde una medida que favorece a uno, perjudica a otro.

Entre las cuestiones que serán clave los próximos años, pueden mencionarse la integración económica y monetaria, y la política industrial. En el primer punto, Merkel sostiene la necesidad de crear instrumentos de coordinación económica más exigentes, en tanto que países como Francia e Italia están con muchos inconvenientes para cumplir sus compromisos. Estos mismos son partícipes de las divergencias en cuanto al segundo punto. Frente a los países que quieren abrir los mercados, proponen mayores protecciones. Estos ejemplos muestran que queda mucho por solucionar en una organización con tantas desigualdades. Baste decir que mientras el salario medio en Bulgaria es de €333, en Luxemburgo supera los €2000.

Tampoco ha podido jugar un rol determinante a nivel político. El intento de incorporar Ucrania es un claro ejemplo. Además, ha generado un grave problema con Rusia, que debe hacer replantear toda la política energética de la UE. Los problemas de la ampliación se extienden a Turquía, un tema en el que hace tiempo que no hay acuerdo.

Pero si con los inconvenientes para sumar nuevos miembros no es suficiente, la UE se enfrenta este año a un riesgo real de fragmentación. No sólo en cuanto a las tensiones norte-sur que vive la zona euro, sino a cuestiones internas de los integrantes del bloque: Escocia y Cataluña celebrarán elecciones en pos de declarar la independencia. A estos hay que añadir la situación en Bélgica y en Moldavia.

Tantas problemáticas, traducidas en desmejoras de las condiciones de vida, no contribuyen a fomentar un sentimiento europeísta, más bien todo lo contrario. Los Eurobarómetros (que sondean la opinión pública dentro del bloque) de los últimos años señalan una tendencia que parece profundizarse: entre mayo de 2007 y mayo de 2012, el porcentaje de europeos que confían en la UE pasó del 57% al 31%.

Así se comprenden más fácil los resultados de la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas en España: el 24% de los españoles tiene ya decidido abstenerse de votar. En Francia también se pronostican elevadas cifras de abstención. Esto es avalado por la segunda vuelta de las elecciones municipales de marzo pasado, donde el porcentaje de franceses que no votó fue del 37,8%.

Es que la crisis política de la UE es reflejo de la crisis de la política de sus estados miembro. Se puede tomar nuevamente a Francia, ya que sus últimas elecciones parecen ejemplificar lo que sucede en varios países de la UE: crecen la abstención y también los partidos de la nueva derecha.  En su mayoría, estos son contrarios a la integración europea. Y es posible que sumen varias bancas en estas elecciones, para luego en el PE poder ser un obstáculo. Una encuesta realizada a comienzos de este mes en Inglaterra muestra que el UK Independent Party, de Nigel Farage, está a la cabeza de las intenciones de voto, rondando el 30%. Una vez en el PE, podrá hacer una alianza con el Frente Nacional de Marine Le Pen, y otros de los partidos llamados euroescépticos.

Los problemas de la política dentro de la UE están extendidos, y contribuyen a aumentar el desencanto. Ejemplos de los conflictos internos sobran: esta semana, la primera ministra de Eslovenia renunció a su cargo ante la imposibilidad de armar un gobierno; en Bulgaria, un fraude en la inscripción electoral llevó a que 3 partidos deban retirar sus candidatos; en Croacia, el ministro de economía debió irse ante las acusaciones de corrupción; los socialdemócratas griegos anunciaron que si el resultado electoral es malo, abandonarán el gobierno de coalición. En España, el PP y el PSOE posiblemente saldrán primero y segundo, pero con la menor obtención de votos desde 1990. Sin embargo, no parece haber una tercera fuerza (más allá de no ir a votar). Italia hace tiempo que sufre crisis gubernamentales.

En este marco, el PE parece más un elemento decorativo que un factor de poder real. Si bien eso debería cambiar con las nuevas prerrogativas, una baja cantidad de votos le restará sin duda legitimidad. Además, la última encuesta provista por el sitio oficial del PE (publicada el 29 de abril) muestra que la tendencia indica un triunfo del grupo de los Partidos Populares, lo que no augura ningún cambio en las políticas europeas (teniendo en cuenta, además, que el segundo lugar sería para los socialdemócratas, tan parecidos a los populares últimamente).

Como sostiene en un artículo reciente el filósofo Ettiene Balibar: “la legitimidad de la construcción europea no se puede decretar, ni siquiera inventar, por medio de una argumentación jurídica. Sólo puede resultar como tendencia del hecho de que Europa se vuelva a la vez el lugar crucial y el marco de los conflictos sociales, ideológicos, pasionales: en una palabra, políticos”.

Matías Figal

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