Fútbol internacional

10 mayo, 2014

Paul Breitner, un lateral zurdo

Fue uno de los más grandes futbolistas alemanes de la historia. Desde la cuna de la democracia cristiana bávara se fue a la España de Franco, mientras reivindicaba al Che Guevara y a Mao en plena guerra fría.

Fue uno de los más grandes futbolistas alemanes de la historia. Desde la cuna de la democracia cristiana bávara se fue a la España de Franco, mientras reivindicaba al Che Guevara y a Mao en plena guerra fría.

El tipo es lo más setentoso que hay. El pelo afro, el bigote ancho, la camiseta blanca totalmente lisa y el pantalón corto, casi un boxer, hasta la mitad del muslo. Parado en el Olímpico de Munich, observa a sus compañeros. Beckenbauer, Müller, miran para otro lado. Él va confiado, agarra la pelota, patea y le empata el partido a la Naranja Mecánica. Después, sí, Torpedo aparecería para darle el título del mundo a la Mannschaft frente a la, quizás, mejor selección de la historia.

Fue el momento de gloria de Paul Breitner que entonces -primera época gloriosa del Bayern Munich y del fútbol alemán todo- todavía no había cumplido 23 años. Ya demostraba el carácter que lo haría famoso, además de un talento fuoriclasse para un lateral izquierdo, sobretodo en el marco de los rígidos planteos teutones. Pero no solo adentro de la cancha se demostraba diferente: afuera, se declaraba maoísta, y no en cualquier contexto, si no en Baviera, bastión conservador de la Alemania Occidental, y en plena guerra fría.

El Kaiser Rojo lo llamaron, en contraposición a Franz Beckenbauer, siempre prolijo y listo para bancar al sistema. Con la Copa del Mundo en la mano –la estaba estrenando, luego del retiro de la vieja Jules Rimet en México 1970- le preguntaron que le parecía: “No tengo nada que objetarle, es un símbolo, nada más. Representa que somos los mejores del mundo en nuestro campo”.

El Real Madrid lo fue a buscar en 1975, para jugar junto con otro crack de la época, rival en la pelea por la Bundesliga con el Borussia Mönchengladbach, Günter Netzer. No llegaba a cualquier lado, si no al equipo de Franco, que viejo y moribundo, seguía gobernando en España. Fue la primera de sus contradicciones. De cualquier manera, tras tres años decidió cambiar de rumbo y apareció, gracias a un cheque con muchos ceros de la empresa de bebidas Jagermeister, en el modesto Eintracht Braunschweig. El rumor decía que en el Madrid lo consideraron “conflictivo” y eligieron deshacerse de él.

Un año solamente de ese ardid publicitario, y de vuelta al Bayern, donde con solamente 32 años se retiraría. Futbolísticamente se convirtió en una especie de nexo entre la generación del ’70 (que además de Beckenbauer, Netzer y Müller contaba con nombres como Sepp Maier y Berti Vogts), con la del ’80, la de Schumacher, Rummenigge y Lothar Matthäus que jugaría dos finales del mundo con Argentina.

Apenas retirado aceptó un contrato con Gillette para afeitarse el bigote. También en esos tiempos dijo que todo aquello del maoísmo era solamente una pose. Se acomodó, como muchos otros ex futbolistas, como dirigente del Bayern Munich, donde llegó incluso a ocupar el cargo de presidente.

Corría 1983, Deng Xiaoping se daba la mano con Jimmy Carter y sobre el maoísmo comenzaba a inventarse ese engendro que es la “economía de mercado socialista”, convirtiendo a China en una potencia como cualquier otra. Terminaba una época.

Después de Francia 1998, la Federación Alemana lo nombró técnico de la Selección, donde rompió un récord: apenas duró en el cargo 17 horas. Recientemente se lo pudo ver, en su rol de jefe de relaciones institucionales del gigante bávaro, dándose la mano con Emilio Butragueño antes de las semifinales de la Champions League en que se cruzaron sus dos equipos. Trajeado, afeitado, con pinta de gerente de farmaceútica.

 

Nicolás Zyssholtz – @likasisol

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