10 mayo, 2014
Entrevista pública a Leonardo Padura
El pasado miércoles 7 en La Casona de Flores se llevó adelante una entrevista pública al periodista y escritor cubano Leonardo Padura con motivo de la salida de su libro El viaje más largo, que recopila una serie de crónicas publicadas en la década del 80.
El portón de La Casona de Flores desemboca en un patio, donde una bandera cubana desplegada indica que, efectivamente, ese es el lugar correcto: en La Casona de Flores se llevó adelante una entrevista pública al periodista y escritor cubano Leonardo Padura con motivo de la salida de su libro El viaje más largo, que recopila una serie de crónicas publicadas en la década del 80.
En el improvisado escenario, cuatro sillas vacías y una decoración de libros viejos y una máquina de escribir en desuso, esperaban que el autor de El hombre que amaba a los perros comience su exposición.
Secundado por tres de los integrantes del colectivo cultural que funciona en La Casona, Padura fue presentado en el marco de una serie de encuentros en los que se plantea una búsqueda que intenta separar un poco la visión “cristalina” que se tiene habitualmente en la Argentina de lo que sucede en Cuba.
-¿Cómo construís una voz generacional que critica la idea utópica sin plantear una distancia emocional con esos años pasados?
-Es una cuestión complicada el papel de mi generación en el contexto sociopolítico cubano. Mi generación, cercana a la Revolución, tiene su propia experiencia vital. Crecimos en un país con una serie de derechos ganados automáticamente como la salud o la educación. Es la primera que llega masivamente a la Universidad y hay un dato que me parece ilustrador: una gran parte de los médicos de mi generación son negros. Tal y como ocurrió en Argentina en los 50, las carreras de prestigio eran Medicina o Leyes. Para nosotros era el camino lógico. Lo único que te impedía ese acceso era ser bruto. Nuestra juventud fue absolutamente participativa y creíamos que el único camino era el Socialismo y para alcanzar eso tuvimos que hacer algunos sacrificios. Había una serie de limitaciones pero a la vez existía la participación, como una mística por sentirnos parte de un futuro posible, que iba a llegar.
En la década del 80 había una bonanza económica, podías irte a un hotel, comprar paquetes turísticos para visitar países comunistas. Pero en el 89, con la Causa I y II en el que fueron juzgados miembros del Ejército por participar del narcotráfico separó las opiniones. Al año siguiente, con la caída del muro y de la URRS, todos esos beneficios desaparecieron. Y en el momento de convertir esa promesa en realidad, quedamos desencantados. Durante los ’90, entonces, en Cuba no había absolutamente nada y aquellos que podían aportar no eran los que mejor ganaban. Un aparcacoches gana en dos días lo que un médico en un mes. Por eso, por ser una generación frustrada, yo he intentado retratar ese sentimiento.
-¿Cómo es el relato que construye a los Kaminsky en tu novela “Herejes”?
-Hay un elemento muy importante en la identidad cubana que es que esta construidas con muchos mosaicos, que se han ido sumando. Para el inmigrante en Cuba la discriminación pasaba más por lo económico que lo racial. Y estos judíos llegan a la Isla para adaptarse. Esa construcción de la neurosis judeo-cubana viene de la infancia, ya que mi madre vivía en el barrio donde se instalaron los inmigrantes judíos. Ellos me contaban de aquellas peculiaridades en los comportamientos, y eso es lo que intento reflejar en la novela, especialmente con el personaje de Daniel, que se pone a pensar respecto de la culpa que pueda tener por ser judío y decide no apegarse a ella sino convertirse en un cubano más. La gran mayoría llega al punto en que incluso de abandonar Cuba, siguen conservando esa cubanía.
En los últimos años ha habido en Cuba una apertura y el cambio más fuerte es la posibilidad de salir de la isla.
-Respondiendo como Mario Conde (el detective personaje de varias de sus novelas), si vinieras a Buenos Aires, ¿qué harías?
-Bueno, como todos saben el principal motor de todo es la economía. Así que si Mario Conde viniera a Buenos Aires comería asado a la mañana y asado por la tarde. Ustedes saben que para los cubanos comer carne se ha convertido en un gravísimo problema. Cuba era uno de los países que más cantidad de cabezas de ganado tenía por habitante, pero esto ya no es así. Es otro milagro del socialismo, extinguir a las vacas. Y como es un tipo tan dado a la nostalgia, iría a una milonga aunque no sabe bailar. Porque para el cubano es algo inexplicable que la gente vaya a un lugar simplemente a bailar. También visitaría las librerías, que son una institución espectacular. Otra cosa que haría es salir de Buenos Aires. Lamentablemente la imagen de Argentina es demasiado centralista y le gustaría conocer otros lugares, además de las grandes ciudades. Y de regreso me llevaría un maletín lleno de botellas de vino y otro lleno de libros
-¿Cómo hacés para inmiscuirte en las diversas capas que existen en una ciudad como La Habana?
-En Cuba pasa lo mismo que en Argentina. La Habana es un espejo del país y trato de entenderla desde su arquitectura, su economía, hasta las personas que allí viven y su comportamiento. Trato de comprenderlo como novelista y como periodista, que es una parte del trabajo que no he dejado de hacer. Creo que La Habana es una ciudad que se ha convertido en una sociedad estratificada pero con muchas grietas. En los que fueron alguna vez los mejores barrios, tú te encuentras que hay excelentes casas, con familias con buena posición económica y justo enfrente te encuentras con lo que aquí en Buenos Aires sería un conventillo, una casa compartida por muchas personas que viven hacinados. Pero también encuentras en los barrios menos prestigiosos te encuentras que en una cuadra viven dos médicos, dos arquitectos y dos abogados que nacieron en esa cuadra y nunca salieron de allí porque cambiar de casa en Cuba es prácticamente imposible de explicar.
-Volviendo a Mario Conde, has contado que alguna vez te han consultado por él como si fuera una persona real. ¿Qué te genera a vos esto de que el personaje traspase el papel?
-Haber creado a Conde es una de las más grandes satisfacciones de mi vida y creo que es un hallazgo. Es un personaje culto, inteligente, buena persona, noble y con un gran sentido de la amistad. Por lo tanto jamás podría ser policía, pero la verosimilitud de la realidad cubana me llevó a eso pues para investigar un crimen no existe otra opción. No hay en Cuba Investigadores Privados. Y Mario Conde, cuando se publicó la primera novela en México, que me pude traer 20 o 30 ejemplares que repartí entre amigos; esos amigos cuando leían la novela me remarcaban su preferencia por el personaje. Y ha alcanzado un punto en que quizás alcanza una independencia incluso de mi.
Es un modelo con el que las personas se identifican. Yo tengo un problema gravísimo con Mario Conde y es cuando se me acerca una mujer que me confiesa estar enamorada de él y ahí reflexiono: “Mira este cabrón, hasta esto me quita”.
-¿Cómo ve la relación entre los cubano-americanos y los cubanos?
-Aquellos que se han ido al principio de la Revolución, algunos incluso ligados políticamente con la Dictadura de Batista o pertenecientes a la alta oligarquía, han sido la voz del exilio cubano durante mucho tiempo. Los cubanos que han nacido en los Estados Unidos, o aquellos que han ido de pequeños, emigrantes en los años 90, fundamentalmente migrantes económicos, en una situación normal nunca se hubieran ido. Esa gente tiene una relación distinta con Cuba. Yo estuve en Miami en febrero presentando “Herejes” y el tema de conversación fue la fraternidad entre los cubanos. Existe una necesidad de reconstrucción de esa relación independientemente del lugar donde viven. Ya han pasado muchos años de odios, ofensas y culpabilidades y creo que ha llegado el momento de superar eso.
Manuel Soifer – @tampocoestanasi
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