28 abril, 2014
Progresistas o conservadores, todos santos para El Vaticano
Este domingo se llevó a cabo la canonización de dos ex papas: Juan XXIII y Juan Pablo II. El primero fue el impulsor de la mayor reforma de la Iglesia Católica en su historia; el segundo fue el pontífice que acompañó la restauración conservadora y el avance neoliberal a nivel mundial. Para la Santa Sede, santos son los dos.

Este domingo se llevó a cabo la canonización de dos ex papas: Juan XXIII y Juan Pablo II. El primero fue el impulsor de la mayor reforma de la Iglesia Católica en su historia; el segundo fue el pontífice que acompañó la restauración conservadora y el avance neoliberal a nivel mundial. Para la Santa Sede, santos son los dos.
Por primera vez en los dos milenios de historia de la Iglesia Católica, dos papas (uno en funciones y otro emérito) canonizaron a otros dos papas. Francisco, el sumo pontífice actual, y Benedicto XVI, ex pontífice que renunció en 2013, realizaron la ceremonia que elevó al lugar de santos a los ex papas Juan Pablo II y Juan XXIII.
Cientos de miles de feligreses desbordaron la Plaza San Pedro en El Vaticano para presenciar la ceremonia. Estuvieron presentes también 98 delegaciones oficiales y 24 jefes de Estado.
Así el “papa bueno” como se lo conoció a Juan XXIII y Karol Józef Wojtyła, el polaco que fue el primer papa no italiano en 400 años y adoptó el nombre de Juan Pablo II, fueron canonizados.
Ahora bien, los dos ex líderes de la Iglesia han sido igualados por El Vaticano y se han sumado al santoral. Sin embargo su obra en vida y al frente de una de las instituciones más influyentes del mundo fue diametralmente opuesta.
El “papa bueno” que transformó la Iglesia
Angelo Giuseppe Roncalli, italiano, fue coronado como sumo pontífice en 1958 bajo el nombre de Juan XXIII. Estuvo al frente de la Iglesia Católica tan solo cinco años.
A pesar de sus pocos años a cargo del Vaticano, el “papa bueno” dejó como legado la transformación más grande de la Iglesia Católica en sus dos mil años de historia: el Concilio Vaticano II (1962-1965).
Juan XXIII era un “papa de transición”. Luego del pontificado de Pio XII, que tuvo 19 años de mandato y cuenta con el poco grato antecedente de haber apoyado al fascismo, se eligió a Roncalli con el objetivo de que llevará a cabo un papado corto y sin sobresaltos. Sin embargo, el viejo sorprendió a todos cuando convocó al Concilio.
A pesar de que las reformas llevadas a cabo no supusieron transformaciones radicales, para una institución tan estática como la Iglesia fue toda una revolución que, además, abrió las puertas a nuevas formas de pensar dentro del mundo católico. “Voy a abrir la ventana para que podamos ver lo que sucede afuera y que el mundo pueda ver lo que pasa”, sostuvo entonces Juan XXIII.
En concreto el Concilio Vaticano II dejó como saldo el fin de la misa en latín y de espaldas a los fieles para ser recitada en el idioma nacional y de frente a la comunidad. A su vez se apostó al diálogo interreligioso y una mayor inserción de los laicos en la Iglesia.
De allí derivó lo que el papa Benedicto XVI definió como «un utopismo anárquico entre algunos miembros de la Iglesia convencidos de que todo sería nuevo», haciendo alusión a la teología de la liberación. Esa corriente dentro del catolicismo que pregonó durante las décadas del ’60, ’70 y ’80 la “opción por los pobres” y ligó su mensaje y su práctica a los procesos de liberación nacional del Tercer Mundo.
Todo este proceso fue el que vino a combatir el segundo santo del día: Juan Pablo II.
De Polonia para el mundo y a combatir el comunismo
Karol Józef Wojtyła, Juan Pablo II, fue uno de los baluartes de occidente en la lucha contra el comunismo. Nacido en Polonia, un país comunista, fue una de las puntas de lanza de la ofensiva conservadora liderada política y militarmente por Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Su llegada al trono de San Pedro estuvo antecedida por el sospechoso asesinato de Juan Pablo I, quién fue papa solo tres meses y murió en extrañas circunstancias luego de anunciar algunas medidas como que la Iglesia destine el 1% de sus ingresos a los países del Tercer Mundo o querer limpiar las cuentas del banco del Vaticano.
Durante su papado (1978-2005), uno de los más largos de la historia, Juan Pablo II cerró filas con los sectores más conservadores tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Apenas un año después de la asunción de Juan Pablo II, el cardenal salvadoreño Oscar Romero lo visitó en El Vaticano y le entregó un informe sobre todos los asesinatos que la dictadura gobernante llevaba a cabo en su país. El papa lo ignoró y le recomendó colaborar más con el gobierno. Un año después, Romero fue asesinado en plena misa por grupos paramilitares enviados por el gobierno. El Vaticano no hizo una sola declaración al respecto.
Otro acontecimiento celebre que liga al ahora San Juan Pablo II a nuestro continente fue su visita a la Nicaragua sandinista. Allí un cura, Ernesto Cardenal, quién además de adscribir a la teología de la liberación era poeta, ejercía las funciones de Ministro de Cultura de la revolución.
Cuando el papa aterrizó en Managua, Cardenal quiso besarle el anillo, Juan Pablo II le retiró la mano y lo retó delante de las cámaras de televisión de todo el mundo. Luego, cuando dio su misa en la plaza central de la capital nicaragüense y empezó a atacar a la revolución, el pueblo (fervientemente católico) empezó a abuchearlo. Ningún papa, por más infalible que fuera, podía ocultarles a los nicaragüenses los enormes logros que tenía la revolución que había derrotado a una dictadura feroz como fue la de Somoza y alfabetizado a todo el país en pocos años.
A estos hechos se le suma la defensa y ocultamiento de casos de abuso de menores tal como denunció este domingo Eduardo Febbro en Página/12. Así como también las oscuras maniobras del banco del Vaticano y cajas de ingreso paralelas para financiar actividades políticas.
Estos dos papas, opuestos en su gestión, su política y su mirada de la Iglesia, han sido canonizados juntos. Francisco no es tonto y sabe hacer política como pocos en la Santa Sede. Santificar a dos papas de tendencias tan diversas es una apuesta a la unidad de una Iglesia que en los últimos años se ha visto golpeada por su visión anquilosada en un mundo que avanza. A esto se suman los casos de pedofilia y los escándalos económicos que llevaron a la renuncia de Benedicto XVI y que necesitan de la “unidad nacional” del pueblo católico.
Habrá que ver cuánto puede y quiere maniobrar Francisco para recomponer la situación de un Estado que tiene 900 habitantes, pero 1200 millones de fieles en el mundo y unos cuantos burócratas muy habituados a las intrigas palaciegas. Por ahora ha habido más declaraciones de intenciones que hechos concretos. No hay que olvidar que la política pendular tiene sus límites, aun, en el Estado de dios en la tierra. Tarde o temprano hay que elegir, no todos pueden ser santos.
Santiago Mayor – @SantiMayor
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