Géneros

28 marzo, 2014

Para muchas mujeres no hay diferencias con la dictadura

Por María Paula García. Ante un nuevo aniversario del golpe cívico-militar de 1976, un abordaje sobre los secuestros y desapariciones de mujeres en plena democracia, por parte de las redes de trata para la prostitución.

Por María Paula García. Relacionar un régimen siniestro como la dictadura con el régimen democrático actual implica asumir el riesgo de deslizarse por una cornisa resbaladiza. Más cuando muchas voces en los últimos tiempos banalizan la noche más negra de la Argentina llamando dictadura a cualquier cosa. Sin embargo, con los recaudos del caso, es imposible -ante un nuevo aniversario del golpe cívico-militar de 1976- soslayar el nexo entre las desapariciones de ayer y las de hoy. En esta nota, un abordaje sobre los secuestros y desapariciones de mujeres para las redes de trata para la prostitución.

Una larga historia de esclavitud

Sería erróneo considerar a la trata de mujeres para la prostitución como un fenómeno de los últimos años.
En nuestro país, esta brutal forma de violencia contra las mujeres se desplegó desde fines del siglo XIX, de la mano del incipiente desarrollo del modelo agroexportador. La primera red de traficantes locales surgió allá por 1889 e “importaba” mujeres provenientes en su gran mayoría de Europa central y Rusia. Las llamadas “polacas” fueron las primeras víctimas que llegaron al Río de la Plata para ser vendidas y encerradas en prostíbulos de la Ciudad de Buenos Aires y otras provincias.

Al menos discursivamente, esta práctica se ha considerado no sólo ilegal sino también aberrante, pero siempre contó con la complicidad, la tolerancia y hasta con la participación de agentes del Estado, ya sea la policía y otras fuerzas de seguridad, las autoridades migratorias, jueces, políticos o personajes prominentes de la actividad económica o social y, en algún caso, religiosa.

El auge de la etapa financiera del capitalismo durante las últimas décadas del siglo XX significó un crecimiento, tanto del tráfico como de la trata de mujeres, y convirtió estos fenómenos en el tercer negocio criminal planetario debido a su rentabilidad. La creciente circulación de migrantes, la profundización de las desigualdades, el estallido de los pactos sociales y la invasión de la lógica mercantil en todas las áreas de la vida, no hicieron más que contribuir a su expansión. Y Argentina no estuvo por fuera de esta dinámica.

A pesar de la lucha que muchas organizaciones habían librado décadas atrás contra la trata, las víctimas fueron en aumento. Mientras tanto se dejó de ser un país de tránsito de mujeres esclavizadas hacia otros destinos, a ser un país directamente de destino y de origen: las mujeres comenzaron a ser “plantadas” para su explotación sexual en el territorio nacional y muchas argentinas pasaron a engrosar las filas de las esclavizadas en “plazas internacionales”, como México, Estados Unidos o Europa. También las nacionalidades y edades cambiaron notablemente. En un 70% las víctimas pasaron a ser argentinas, y el resto paraguayas, dominicanas, peruanas, bolivianas y brasileñas en orden decreciente. Al mismo tiempo, bajó la edad de quienes son introducidas en las redes por el aumento de la demanda de adolescentes y niñas que van desde los 8 a los 16 años, apareciendo también el interés por niños y adolescentes varones.

Lazos de sangre

Esta nueva fase de la trata de mujeres y niñas para la prostitución tomó estado público a partir la difusión que hicieron madres, amigos y familiares de las víctimas, principalmente, pero también de periodistas, documentalistas, vecinos y vecinas, organizaciones feministas y de mujeres que comenzaron a movilizarse y denunciar. La incansable lucha de Susana Trimarco por la aparición de su hija Marita Verón secuestrada en abril de 2002, fue trazando el camino. Y poco a poco ayudó a que otras personas comiencen a reconocer casos similares: Otoño Uriarte, Florencia Pennacchi, Fernanda Aguirre y Andrea López, entre otras tantas mujeres desaparecidas.

Si bien pueden rastrearse noticias de prensa sobre las desapariciones desde inicios del 2000, fue a partir del accionar de Susana Trimarco que estos sucesos quedaron a la vista de todos, desnudando ante los ojos de la sociedad la existencia de redes que secuestran mujeres para la prostitución. Y no sólo dieron a conocer la situación, sino que establecieron un lazo de sangre entre la dictadura y la democracia. Demostraron que aún en democracia existen muchísimas mujeres y niñas desparecidas, y que estos no son hechos aislados sino un fenómeno de magnitudes insospechadas. Pusieron en evidencia también la existencia de una compleja red de complicidades políticas, policiales, judiciales, que lucran con la prostitución y que hacen que esto sea posible. Y colocaron de manera concreta a la prostitución como un espejo a través del cual profundizar acerca de la condición de las mujeres en la sociedad patriarcal, aunque muchas personas todavía se resistan a verlo.

Estamos democracia, y son otras madres, otras puertas las que se golpean y otros funcionarios los que desestiman las denuncias: que estará perdida, que se habrá ido con el novio, que ya aparecerá. Son otras madres las llamadas locas y son otras plazas por las cuales caminan. Pero el estremecedor grito de ¡Aparición con vida! es el mismo. Una de las afirmaciones más escalofriantes la realizó una madre de Plaza de Mayo en Neuquén: “Hace 30 años se llevaron a nuestras hijas, ahora la trata se está llevando a nuestras nietas”.

¿Dónde están?

La palabra desaparecidas y la consigna de aparición con vida cargan con mucho dolor en nuestra historia. Pero sin embargo es necesario apelar a ellas para que se entienda que, en la Argentina de la democracia, hay mujeres secuestradas para ser explotadas sexualmente. ¿Cuántas? Lamentablemente faltan cifras oficiales, pero mientras que algunas organizaciones estiman centenares a partir de las denuncias de familiares, sólo entre 2008 y 2012 la justicia ha liberado alrededor de 4600 mujeres en allanamientos a prostíbulos.

Numerosos testimonios de muchas que han logrado escapar o ser liberadas, revelan en qué medida los prostíbulos son verdaderos campos de concentración, aunque no necesariamente clandestinos: mujeres sometidas (sin DNI, dinero, ni vías de comunicación), violadas (por individuos o grupalmente), torturadas (física, emocional y mentalmente) y obligadas (sin libertad, elección ni escapatoria) a tener relaciones sexuales con “clientes” en lugares de los cuales no pueden salir ni a hablar por teléfono. Algunos relatos dan cuenta de casos en los que las han hecho abortar a los golpes, y otras que parieron encerradas, algunas viendo cómo asesinaban a su recién nacido, luego de lo cual debieron seguir “atendiendo”. Y también hay otras a las cuales les han expropiado sus bebés y no saben dónde están, como narra el documental Vidas privadas, la esclavitud más antigua del mundo.

¿Cómo es posible que en el país del nunca más y de los escraches a los genocidas esto salga a la luz y aún fotos de mujeres como Marita Verón o Florencia Pennacchi no encabecen movilizaciones los 24 de marzo junto a las de Julio López o Luciano Arruga?, ¿cómo puede ser que todo esto siga sucediendo en el país de Las Madres y Las Abuelas de Plaza de Mayo, en el país que condenó la expropiación de bebés y pidió que sean crímenes que jamás prescriban?

El combate contra esta grave violación a los derechos humanos es una responsabilidad que le cabe en primer lugar al Estado, que es quien debe trabajar para prevenir y erradicar la trata de mujeres, empezando por el desmantelamiento de las redes mafiosas y el fin de su protección por parte de los poderes políticos, judiciales y de las fuerzas de seguridad.

En la actualidad, un alto porcentaje de las mujeres en situación de prostitución son víctimas de trata. Y no han terminado siéndolo sólo a través del secuestro sino también a través de engaños y amenazas. Por eso también es responsabilidad de la sociedad hacerse cargo y dejar de mirar para otro lado, empezando por los varones que pagando por sexo sostienen en gran medida un negocio manchado con sangre.

Para muchas mujeres, vivir en democracia no es muy diferente de vivir bajo una dictadura: mientras algunas viven una desaparición forzada, otras buscan a sus hijas.

@MariaPaula_71

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