30 octubre, 2017
Ética y cine: un debate que se reabre de la mano de Lucrecia Martel
Lucrecia Martel prefirió en su recientemente estrenada «Zama», evitar serle fiel al libro de Di Benedetto en una escena donde habría de mostrar una mujer muerta. El qué mostrar y qué no forman parte de una discusión que se sostiene en una línea muy fina. La decisión de la realizadora actualiza un debate histórico en el cine.

Luego del estreno de Zama, Lucrecia Martel promocionó su película, que tiene peso propio, llenando entrevistas y conferencias de frases e ideas que pueden abrir polémica. Entre ellas, por ejemplo, que “las series son un retroceso para el arte audiovisual”. Una de las que llamó más la atención, si bien no es tan provocadora, sí actualiza una problemática muy presente en nuestro contexto: Martel prefirió evitar serle fiel al libro de Di Benedetto en una escena donde habría de mostrar una mujer muerta.
«En nuestro país mueren mujeres diariamente en manos de parejas, ex parejas, familiares o vecinos. Es insoportable. Me dirás que es una postura extremista, que niega las cosas que suceden. Puede ser, pero por un tiempo prefiero que no proliferen los crímenes de mujeres en el cine, la literatura, lo que sea, porque no estoy segura de que estemos pudiendo reflexionar sobre eso, y más bien sospecho que banaliza el cuerpo de las mujeres, e incluso incita a cierta violencia”, sostuvo la realizadora.
Las declaraciones de Martel reabren una discusión que tiene lugar desde hace muchos años y que ha generado posturas distintas entre personalidades importantes del circuito: la ética en el cine.
El qué mostrar y qué no forman parte de una discusión que se sostiene en una línea muy fina. Tener una cámara en la mano conlleva un poder e implica una toma de decisiones constante.
Podemos hacer un recorrido de este debate partiendo desde 1961. Ese año Jacques Rivette publicaba un artículo en Cahiers du Cinema titulado “De la abyección”. Este fue retomado luego por Sergey Daney como “aquel artículo que le permitió no olvidar nunca esa película”, inclusive, sin haberla visto. La película era Kapo, un film del año 1960 ambientado en los campos de concentración nazis, y la nota se centra en un travelling en particular.
En el artículo Rivette describe: «Observen, en Kapo, el plano en que Riva se suicida arrojándose sobre los alambres de púa electrificados: el hombre que en ese momento decide hacer un travelling hacia adelante para encuadrar el cadáver en contrapicado, teniendo el cuidado de inscribir exactamente la mano levantada en un ángulo del encuadre final, ese hombre merece el más profundo desprecio». Embellecer una imagen tan catastrófica, tan cargada del significado de una época es repudiable. Y de ahí en más una discusión sin fin.
Directores que creen necesario mostrarlo todo, como una especie de documento que se direccione una y otra vez hacia nuestra memoria colectiva: es necesario mostrar esto porque pasó y no hay que olvidarlo. Pero aquí deberíamos detenernos y preguntar: ¿no juega también un papel importante el cómo mostrar? ¿No es ahí adonde se dirige el artículo de Rivette?
Otra polémica que se desencadena es la cuestión de estetizar la violencia. Tal vez un debate que perdió controversia por el fenómeno Tarantino y su aceptación masiva, pero que sin embargo sigue generando repercusiones.
La discusión se pone más fina aun cuando hay decisiones “antiéticas” con determinado tipo de personajes. El caso de Carlos Echeverria realizando una cámara oculta a un militar para su película Juan, como si nada hubiera pasado. Una decisión que a priori no es ética pero ¿se justifica por ser aplicada a un hombre implicado la última dictadura cívico-militar? ¿Se entra ahí en una especie de juicio de valor? La pregunta que engloba la discusión es quién dice qué es o no ético. ¿Ético según quién?
Dos ejemplos concretos pueden servir para tratar de desentrañar un poco esta cuestión y emparentarse con las declaraciones de Martel. Son Saló, o los 120 días en Sodoma de Pasolini e Irreversible de Gaspar Noé.
Saló es una película que según varios le costó la vida a Pasolini. Como si fuera poco ser comunista y homosexual en 1975, la frutilla del postre para el director fue hacer un film que expresa de forma metafórica (y no tanto) todo lo asqueroso y repudiable de instituciones como la Iglesia, el Poder Judicial, el Estado y el Ejército. La película tiene una gran variedad de aristas pero basta con decir que se muestra a los representantes de dichas instituciones en facetas sadomasoquistas y con fetichismos como comer mierda, para entender la provocación de Pasolini. Una película que atenta directamente contra la moral, contra una ética reinante, impuesta.
En Irreversible la polémica se acerca más a lo que dice evitar Martel. Se muestra una violación en tiempo real. Entonces el público se dividía entre quienes se levantaban del cine y quienes se quedaban; discutían en sus casas quienes preferían adelantar la escena y quienes no.
Acá entra en polémica la idea del cine realista (en términos narrativos) que busca mostrar aquellas realidades que, por más crudas que sean, son reales al fin y por lo tanto necesarias de mostrar.
Se puede discutir si el fin que hay detrás de toda la película es válido o no, pero la cuestión acerca de la ética no es tratar el tema de la violación, sino mostrarla. ¿Aporta a la hora de tratar un tema tan sensible como la violencia de género mostrar el acto de la violación? ¿No ocurrirá, como dice Martel, la banalización del cuerpo femenino y de una situación tan violenta?
La diferencia entre una y otra película es clara.
Lo anti-ético en Pasolini es para con los dispositivos de poder que oprimen. Contra una ética que es impuesta por esos mismos dispositivos. Lo anti-ético en Gaspar Noé es para con la víctima de un dispositivo de poder. No quien oprime, sino quien es oprimida.
Es imposible hacer comparaciones en circunstancias totalmente diferentes. Las correlaciones de fuerzas tienen peso propio a la hora de pensar qué es y no es ético.
Vale ser anti-ético si se trata de romper con aquello que nos es impuesto, como un gesto de rebeldía, de desacato, así como Pasolini. Diferente es si atentamos contra la ética que se funda desde abajo. Una ética que funciona como respuesta a la que nos imponen y que sirve como principio de unificación de las personas oprimidas.
Sin duda no es la pretensión de este artículo dar cierre a una discusión tan larga y compleja. Quedan incluso por fuera casos como los personajes drags irreverentes y provocativos de John Waters, o inclusive casos de cine de vanguardia como Blow Job de Warhol donde nos encontramos con 35 minutos de sexo oral. Y así podríamos seguir yendo una y otra vez a diferentes ejemplos de posturas que rompen con el orden de lo establecido, de lo ético a lo largo de la historia del cine. Pero en un arte hegemonizado por la industria norteamericana vale la pena hacer ese trabajo, así como también ver películas como Zama.
Facundo Rodríguez
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